Share:

Bares sin alcohol, tostao’ sin café y chupar teta con brasier

Había iniciado esta semana emocionado, realizando una reserva para cenar junto a mi esposa en un restaurante de nuestra ciudad, siendo partícipes de la “nueva normalidad” y experimentando de primera mano el plan piloto de restaurantes en Barranquilla.

Llegó el día, y ese jueves 20 de agosto la experiencia fue de un 10 sobre 10, aun cuando nos enteramos de que no estaban vendiendo bebidas alcohólicas en el lugar. Dialogué con el mesero sobre el asunto, le dije que no entendía la razón por la cual restringían un producto de la carta si igual ya estábamos en el lugar, juntos, mi esposa y yo, y él frente a nosotros, y otros comensales distanciados en la terraza. ¿Qué más da? ¿Será que si me pasaba una cerveza justamente será ese el producto el que trae el COVID? Le dije que si me le echaba roncito a la Coca-Cola; me dijo que no, entre risas. El amable mesero manifestó coincidir plenamente con mi comentario.

Este fue solo el abrebocas de lo que se vendría, para mi deleite, pues he disfrutado con lo que narraré a continuación.

Desperté al siguiente día, viernes 21 de agosto, enterándome de que el Gobierno había dictaminado la apertura de bares, pero sin venta de licor. Dicha medida al parecer la habían tomado la noche anterior. (Las cosas que suceden mientras uno cena).

De manera conjunta, el Ministerio de Salud, Ministerio del Interior y Ministerio de Comercio, Industria y Turismo expidieron la circular conjunta externa “Por la cual se imparten instrucciones para la apertura de bares en las condiciones establecidas en el Decreto 1076 de 2020”.

No comprendí la prohibición en los restaurantes, pero bueno, la razón de ser (por lo menos la razón central) de un restaurante es vender comida. Pero ¿cómo es posible abrir bares y prohibirles vender licor? Ante este interrogante inicial, me surgieron más inquietudes.

¿A quién se le ocurre tal iniciativa? Es decir, literalmente, quisiera saber quién fue la primera persona en proponer semejante idea y hablar con esta persona. Solo por conocerla.

Otras inquietudes.

Yo me imagino que esta decisión se tomó en una reunión. ¿Será que nadie en la reunión alzó la mano para decir que esto no era muy lógico? ¿Será que fue una reunión virtual y los participantes no sabían alzar la manito en Zoom? O, por el contrario, ¿será que la reunión fue presencial, en un bar y tomando unos tragos, aprovechando que la medida todavía no entraba en vigor? Cosas que uno se pregunta.

Otras inquietudes.

¿De verdad nadie en el equipo de los ministros y el equipo de presidencia habrá advertido que lloverían críticas y que era una medida incoherente? ¿Qué habrá dicho Hassan? ¿No se dieron cuenta de que, en lugar de alivianar la crisis de los dueños de los bares, los estaban haciendo abrir sus puertas y tener gastos de funcionamiento sin poder vender su principal insumo?

Me habría gustado estar presente en la reunión, pero solo observando, riendo, sonriendo. ¿Será que esa reunión estaba llena de personas como yo, observando, riendo, sonriendo?

Después de las inquietudes llegaron a mí las preocupaciones.

Luego de los cines sin crispeta y de los bares sin licor… ¿Será que ahora vendrá la apertura de Tostao’ y Juan Valdez sin venta de café? ¿Permitirán el fútbol aficionado sin balón? ¿Iniciará el boxeo sin contacto físico? ¿Abrirán moteles con máximo una persona por habitación? ¿Estaremos obligados a chupar teta con brasier? ¿Es esta la “nueva normalidad” de Duque?

Más allá de mis inquietudes y preocupaciones, lo que se hace evidente es la falta de sentido común por parte de los distintos equipos de trabajo, que, en su conjunto, conforman el equipo de gobierno de la Presidencia de la República. Lo digo de esta forma, pues en estas situaciones no todo recae sobre el presidente, ya él tiene suficiente con los ensayos y las grabaciones de su programa de TV con el que busca competirle en rating a Pasión de Gavilanes. Por eso prefiero referirme a los miembros de los distintos comités que hacen parte de las reuniones donde se toman las decisiones trascendentales de nuestro país.

Pienso que se necesitan valientes que den la cara, que critiquen, sean aguerridos, reconozcan los errores, que sepan decir que sí y también sepan decir que no. Pienso que se necesitan personas que corrijan sobre la marcha, que les hagan anotaciones y correcciones a sus jefes. Pienso que se necesitan funcionarios que tengan, entre ceja y ceja, el bienestar de los colombianos y piensen en una construcción de país.

Contrario de eso, en Colombia tenemos muchos aduladores, comités de aplausos y personajes prefieren no ser los defensores del diablo y ser los personajes que hacen anotaciones sobre las equivocaciones a la hora de implementar una idea. Tenemos funcionarios que prefieren caer bien para seguir en la búsqueda de la consecución de sus intereses personales. Reina la cultura del silencio. Esa es la cultura empresarial del sector público. Prefiero pensar eso a pensar que son mediocres o que no tienen los conocimientos y la capacidad de análisis para tomar las decisiones correctas. Espero no equivocarme, pues es más fácil corregir lo primero que lo segundo, sin que lo primero sea sencillo, para nada.

Lo anterior ayuda a explicar cómo es que hemos llegado a esta, la “nueva normalidad” de Duque.

La nueva normalidad de Duque se parece a los chistes de mi padre. A mi padre cuando le pregunto que dónde quiere que le compre un helado me responde que en la ferretería. En la nueva normalidad de Duque puede que terminemos tomando cerveza en los cafés, bebiendo cafés en las farmacias, comprando Dolex en los cines y comiendo crispeta en los bares. En la nueva normalidad de Duque, los chistes de mi padre dejarán de ser chistes, y eso es lo que más me duele.

Nota 1: Mientras nos embriagamos a punta de Kumis y la Águila Cero disfruta su cuarto de hora, me queda una última pregunta rondando en mi cabeza:

Si los bares pueden funcionar sin licor, ¿podrá el Centro Democrático funcionar sin Uribe?