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‘Rafael Orozco, el ídolo’: una ‘ficción’ de TV con ‘derecho’ a torcer lo derecho

José Orellano

José Orellano

La mitología, la literatura, la real realidad, el realismo mágico, la ficción, el cine y hasta el imaginario colectivo han dado vida,  entre la truculencia y la ternura, a más de una inolvidable ‘love story’.

Historias de amor en las cuales encuadran, con sello de impajaritables, Marte y Venus; Romeo y Julieta; Cleopatra y Marco Antonio; Juana La loca y Felipe El hermoso; María y Efraín; el príncipe Rainiero de Mónaco y la actriz premio oscar Grace Kelly; Aureliano y Amaranta Úrsula; Jenny y Oliver —Ali MacGraw y Ryan O’Neal en un filme considerado por la crítica especializada como uno de los más sentimentales de todos los tiempos—, Diana princesa de Gales y Mohamed Al-Fayed y hasta ‘Tino’ Asprilla y Abenchara Gandía.

En la Locombia reciente, la televisión ‘recreó’ una historia de amor real, amor terreno, muy nuestro, y, para argumentarla, ‘ficcionó’, según aclaración diaria que hicieron productores-realizadores, algunos momentos de la vida y de la obra del extinto cantante vallenato Rafael José Orozco Maestre, amado y admirado como tal —ídolo— desde siempre, por siempre y para siempre: ¡vivo y después de muerto!

Para poder continuar debo precisar que en medio de la multitudinaria ‘idolatría’ que, indiscutiblemente, el seriado de marras despertó entre la teleaudiencia colombiana, en varios cafés de la carrera séptima, entre la plaza de Bolívar y la calle 19 del hoy ‘esportillao’ Distrito Capital, solíamos reunirnos, dos veces a la semana y casi siempre al matiné y alrededor de un buen tinto, costeños de todas las pelambres e indistintos orígenes Caribe con un solo propósito: despotricar —porque todos nos sentíamos con pleno derecho a hacerlo—, de ese, aunque exitoso en teleaudiencia, “trabajo muy mal llevado por Caracol”.

Pero doctores tiene la Santa Madre Iglesia y el Festival de Cine de Cartagena, que da la sensación de que últimamente está erguido en una especie de rincón para el mutuo elogio, se encargaría de asestarnos, en su edición de 2013, una telegrafiada bofetada: inundaría de estatuillas ‘India Catalina’ los plató por donde aún rodaba la telenovela —“un exabrupto televisivo televisado”, habíamos dicho al calor de los cafés cuando no había transcurrido siquiera la mitad de sus 82 capítulos—, no sólo como dizque ‘la mejor’ sino como dizque la de ‘mejor dirección’, dizque la de ‘mejor banda sonora’, dizque la de ‘mejor fotografía’, dizque la de mejor ‘arte de telenovela’ (¿?) y también, como diría Lucho el zapatero-exconcejal bogotano, ‘y que’ la de ‘mejor historia-libreto-original’… Mejor dicho: más premios que la deliciosa falsedad magistralmente proyectada por la cinematografía contemporánea, esa extraordinaria fantasía en 3D titulada ‘Life Of Pi’ y que en los premios oscar-2013 se alzó con estatuillas para el mejor director, los mejores efectos especiales, la mejor fotografía y la mejor banda sonora…

Connota esta, pues, una nota-desfogue-rabiosa-catarsis-extemporánea-colectiva por algo que fue, pero que “no debió ser”, en concepto de ese nutrido grupo de costeños de todas las pelambres que se reunía en Bogotá: tres periodistas, entre ellos una mujer; un escritor, dos abogados, una estudiante de actuación, un ingeniero agrónomo, un programador de espectáculos, un cantante, dos compositores, uno de ellos vallenato, y una experta en relaciones internacionales, entre otros.

…o0o…

—Tú que escribes, Orellano, que por ahí te he leído en la web, en la página de Cura y Puerta, deberías decir algo —me espetaba con frecuencia, en medio de animadas tertulias anti-‘Rafael Orozco, el ídolo’, el corpulento intelectual vallenato de Valledupar, mientras no paraba de afinar las puntas de su luengo bigote, una con sus dedos pulgar e índice y la otra con el corazón y el pulgar—. Tú fuiste full amigo de Rafa y yo sé que, con fundamentos de sobra, estás pensando en estos momentos que como homenaje a la memoria de Rafa, veinte años después de su asesinato, esto que está presentando Caracol Televisión es lo peor que se le puede tributar al recuerdo del auténtico ídolo del vallenato sentido, de ese que ‘incluye o expresa un sentimiento’.

Y yo lo escuchaba y yo lo amenazaba…

—¡Voy a hacerlo! —le decía—. Pero lo más probable, compadre, es que Clara Helena, si se acuerda de mí, no me dirija nunca más la palabra, no me llame ni siquiera para reclamarme con expresiones del siguiente tenor: “¿Ve y tú qué estais pensando?… ¿No me digais que también eres de los que cree que yo tengo que morirme de hambre?”… Y si me llama —que no va a hacerlo, compi— no lo hará con el mismo afecto y la misma euforia con que me llamaba por aquellos años ochenta del siglo pasado para agradecerme porque, en un fin de año de uno de esos años —¿81?... ¿83?... ¡qué se yo!—, dediqué, con la venia de la subdirectora Olga Emiliani Heilbrun, toda la portada de la sección Sociales de El Heraldo a la crónica titulada ‘Se separa el Binomio de Oro’.

…o0o…

Pues bien: como el adjetivo increíble, de acuerdo con el DRAE, significa ‘que no puede creerse’ o ‘muy difícil de creer’, yo digo, sobre esas acepciones, que ni el más mínimo ápice de creíble vislumbré en lo que, en ‘Rafael Orozco, el ídolo’, nos mostraron Diego Guarnizo y Germán Lizarralde, ‘India Catalina’ como ‘mejores en el arte de telenovela’ —estética: escenografía, ambientación, utilería, vestuario, maquillaje— cuando, entre incontables gafes, se les dio por recrear una dizque ‘parranda vallenata’: muchas sillas, muchas botellas de ‘oldparr’, algunas parejas, ‘apretujación’ sobre un elevado barranco, un pronunciado peladero que era como una especie de ‘despeñadero de las cabras’ —ah: ‘el despeñadero de las cabras’, frase que, indefectiblemente, me transporta a las vívidas clases de periodismo práctico que, a diario, nos transmitía Juan B. Fernández Renowitzky— a orillas, quiero creerlo así, del Guatapurí. Un barranco desde el cual, bien ‘oldparriaos’, al compás de una ‘Creciente’ de Hernando Marín bien tocada y mejor cantada y fundidos en abrazos de ocasión y de mucho afecto con una cimbreante morena vallenata recién conocida, “más de uno rodará, despeñadero abajo, en busca de lo que no se le ha perdido”.

Increíble que en la escenografía de una supuesta historia vallenata de 82 tv-entregas, para ellos, para Guarnizo y Lizarralde, no hubiesen existido, y por lo tanto no hubieran recreado, los auténticos ‘patios parranderos’ vallenatos: la premiada escenografía se movió en no más de seis locaciones: mucho paisaje idílico, natural, los picos casi pardos de la Sierra Nevada de Santa Marta, el sol que despunta o que se oculta, el montaje superpuesto de un hombre a pie arriando un burro y cruzando un desierto. Para la nostalgia misma y el propio ‘juepa jé’, ¡que falta la que hicieron en escena esos ‘patios parranderos’ que, con melancólico entusiasmo, recuerda el santafereño Daniel Samper Pizano cuando sostiene, con acierto, que “el vallenato de ahora es una producción de salchichas comerciales”. Ah, los ‘patios vallenatos’, esos que en profusión me acogieron por más de veinte ediciones del Festival y por muchísimas y muchísimas más ocasiones fuera del certamen. Esos patios en los que, indefectiblemente, destacan el fresco kiosco y el frondoso palo’e mango al lado de ‘el amor amor’.

Y qué increíble, por total ausencia de credibilidad, esas pobretonas tarimas sobre las que actuaban ‘Rafael’ y ‘Gallo Aguirre’ —exiguo recurso fonético sustitutivo de ‘Pollo Isrra’—, en una de las cuales, ‘Clara Cabello’, la de mentiras, la de ficción, la de un ‘irrealismo vulgar’, colgada de los brazos del protagonista, se dobla de espaldas, casi hasta formar una L, falda tallada tapizando de frente su indiscutido-esbelto-hermoso-sensual-cuerpo, como penetrando su delicada piel de virreina universal de la belleza: esa falda empujada por un viento soplado por ventiladores de utilería y ‘Rafa’ y ‘Clara’ en esas, para besarse con una ausencia casi total del histrionismo y para dar rienda suelta a la escena más cursi y forzada de manifestación de amor que yo haya tele-visto. En mi casa no se lo creyó nadie por “excesivamente falsa”, como la calificó mi hija Claudia Marcela desde la visión artística y sentimental de sus 14 años y sus sueños de convertirse en cantante y escritora.

Que yo recuerde, Clara Helena Cabello, la de verdá-verdá, jamás protagonizó durante los años de ‘amor eterno’ vivo que vivió con Rafael José Orozco Maestre —ni siquiera en los inicios del noviazgo—, lo que la ‘Clara Cabello’ de mentira ‘representó’ en la ‘laureada’ telenovela; ni jamás Rafael José Orozco Maestre el verdadero, romántico, sensiblero a morir, expresó tanta ridiculez, una y mil veces repetida en el seriado, para manifestarle su amor, que era grande, ‘solo para (Clara) ti’, como la sobreactuada en la telenovela, voz aflautada,  ojos de ternero degollado, por el joven canta-actor samario Alejandro Palacio, muy lejos éste de alcanzar, más allá de voz y fraseo, los rítmicos movimientos de mano y el acompasado y modulado movimiento de piernas y pies del original cuando cantaba sobre tarimas de verdá-verdá, aunque muchos dijeran que “Rafa no sabe bailar”.

Tan bien puesta como conocí a la auténtica Clara Helena Cabello, como la palpé en todo momento al lado vivo de Rafa, juro por Dios y la memoria de mi madre —‘La vieja’ Evelina Dolores, fallecida hace 21 años, cuarenta días antes de que asesinaran a Rafa— que se me erizaba la piel cada vez que veía a la hermosísima Taliana Vargas caracterizando a una ‘celomaniaca’ irremediable y verdulera. No sé por qué, pero en esos momentos pensaba en Kelly, Lorraine y Wendy Orozco Cabello. No sé por qué, pero así me sucedía,

No hay duda de que, contadas excelentes excepciones, a los libretistas interioranos, por ‘muy mejor historia-ficcionada-original’ que crean que hallaron y escribieron, por muy ‘mejor dirección’ que tengan —un director que coja el libreto y, mediante las escenas magistralmente concebidas y mejor concatenadas, le dé vida y movida y vuele en alas de creatividad, claro si es bueno— y por muy ‘mejor fotografía’ y muy ‘mejor arte de telenovela’ y muy ‘mejor banda sonora’ que puedan acompañarlos, les hace falta una previa embadurnada de auténtica esencia costeña si de involucrarse en la esencia costeña se trata. Y digo: los libretistas y los de ‘la idea’ de ‘Rafael Orozco, el ídolo’ como que jamás oyeron hablar o averiguaron sobre la imponencia de las tarimas que, solo para ubicarlas como ejemplo, montaba Jorge Barón Televisión para grabar un capítulo de ‘El show de las estrellas’ con el Binomio de Oro, Rafael e Israel, en el Paseo Bolívar de Barranquilla con lleno a reventar.

Después de todo lo anterior, falta algo muy peor en esa invención bogotana en torno a una historia real: lo mal parados, lo pésimamente proyectados que dejaron a más de un cultor de la comunicación social del entorno Caribe —periodistas, locutores, programadores y hasta directores de medios—: el tal ‘Fabio Lopera’ —¿será acaso el papá de Fabito, Alex y Cesar?— como rufián tanto de las palabras como del comportamiento humano; el ‘programador’ de Guatapurí en Valledupar ‘caracterizado’ por mi amigo Jaime Pérez Parodi en contravía de su apego a la historia bien contada y al vallenato excelentemente proyectado, y el ‘Mike’ del ‘renolito-4-cacharrito’ y director de Olímpica Stereo —era obvio que pensáramos que se trataba del costeñísimo Mike Char Abdala, desparpajado, pero sin vulgaridades—, como un intransigente a morir… Y finalmente entre los tres, la presencia de la ‘payola’ y el desprestigio del doctor Pupo, los Pupo, respetabilísimo apellido vallenato.  ¡Y qué fea la figura de quien supuestamente fue mostrado como el relacionista-impulsor-sin escrúpulos de la imagen de ‘El dúo de oro’, llegando incluso a sucios recursos como echar azúcar en el tanque de la gasolina del ‘renolito’ para poder varar el auto y, solo así, acceder a ‘Mike’ con el propósito de venderle los tributos de su ‘dúo’ que debían sonar en la emisora barranquillera… ‘El dúo de oro’, nombre tan falto de creatividad como el apelativo de ‘La generala’ endilgado a quien, supuestamente,  era, en la telenovela, dueña de la verdad revelada y del clásico estilo provinciano para opinar, directa, mordaz, al ‘pan pan y al vino vino’, conocedora como la que más de la música vallenata… Un personaje de telenovela que a lo mejor hizo que ‘La cacica’ se revolviera entre la ira y las carcajadas burlonas, durante 82 noches, allá en su tumba celestial.

…o0o…

—Jóse: la gente que no sabe de vallenato, es decir: la inmensa mayoría de los colombianos, se está viendo arrolladoramente a ‘Rafael Orozco, el ídolo’ sin que les importe la representación caricaturizada que están haciendo de su entorno, con una tal Dionisio mal-remedando a Diomedes, por ejemplo —me dijo el versado periodista en vallenatos y autor de varios libros—. ¡Di algo!

—Algún día lo diré —volví a amenazar.

—No, algún día no. Que sea ya. Que yo, honestamente, quiero que venga de ti —me insistió—. Después de aquella separación de El Binomio de Oro pregonada por ti, hace más de 30 años, en un Día de los Inocentes, tienes que ser tú. Yo no lo hago porque con cada capítulo me aterro más y más y no alcanzaría la calma para hacerlo. El primer capítulo, por ejemplo, sin pies ni cabeza: al ser asesinado ‘Rafael Orozco, el ídolo’ deja a  Clarita con una hija, cuando son tres: Kelly, Lorraine y Wendy. Inexplicable, aunque la telenovela sea denominada ‘de ficción’.

Entonces, yo reflexionaba. Y decía:

—Compadre: ‘Rafael Orozco, el ídolo’ va a seguir rodando, en tiempo triple A, desde la concepción que se le impartió desde un principio… La audiencia del seriado por parte de desconocedores de la historia seguirá ‘in crescendo’… Y, gústenos a o no, usted, usted, tú y yo, vamos a tener que tragarnos tan gigantesco sapo. Clara Helena, la viuda de Rafa, me imagino que de mutuo acuerdo con las tres hijas del matrimonio, todas ya mayores de edad, vendió los derechos sobre la vida y obra de su esposo y padre para que fuese distorsionada y presentada de esa forma. Aunque lo cierto es, mis queridos amigos, que aunque Clarita haya vendido esos derechos, no hay derecho a que, sobre la base de esos derechos adquiridos, tuerzan tan feamente lo derecho… Entonces, “… ¿no me digais que también eres de los que cree que yo debo morirme de hambre?”.

 

…o0o…

Hoy tengo claro, de toda claridad, que Clarita no me llamará, toda dulzura, como me llamó en un fin de año de uno de aquellos años —¿81?... ¿83?... ¡qué sé yo!—, a fin de contarme que Rafa y ‘El pollo Isrra’, que para entonces andaban de viaje por los Estados Unidos, estaban felices tras haberse enterado telefónicamente de mi ocurrencia ‘periodística’ de aquel 28 de diciembre, Día de los Inocentes: lo publicado, mera ficción, lo publiqué sin consultarle a ninguno de los dos ni a nadie del grupo, lo hice soportado sólo sobre el altísimo grado de amistad que, para entonces, compartía con OR-ozco y RO-mero, ORO, que junto con binomio, expresión de connotación algebraica y newtoniana, son términos que, si mal no estoy, fueron moldeados por el periodista y compositor Lenín Bueno Suárez para crear una marca: ‘El binomio de Oro’, Organización Romero Orozco: ese matrimonio masculino —al ciento por ciento— y musical de un acordeón villanuevero, guajiro, y esa voz becerrilera, cesarense, La provincia de Padilla, que se unían para seguir haciendo historia, porque ya cada uno de ellos había comenzado a escribir la suya: Israel al lado de Daniel Celedón y Rafa al lado de Emilio Oviedo y sin rivalidad de ninguna índole con Diomedes, que creo que si se había dado en algún pasaje de sus vidas fue en competencia, durante un concurso de canto en el Liceo Loperena, cuando era Liceo y le daba prestancia al Loperena. Y tengo claro que fue Rafael José Orozco Maestre quien bautizó al hijo de ‘El viejo Rafael’ y a quien después sería el papá de Rafael Santos, de Martín Elías, de Diomedes Jr. y pare de contar cuando llegue a 27, como ‘El cacique de La Junta’.

Sí, Clarita no me llamará para decirme “¿Ve y tú qué estais pensando?… ¿No me digais que también eres de los que cree que yo debo morirme de hambre?” porque, sin rasgarme en lo más mínimo las vestiduras, a mí se me da ahora por opinar que no hay derecho a que, bajo el amparo de una supuesta ficción inspirada “en algunos momentos de la vida de Rafael Orozco y en su obra”, se haya ensayado, noche a noche, de lunes a viernes, durante 82 noches, ese ‘irrealismo vulgar’ que campeó en ‘Rafael Orozco, el ídolo’.

…o0o…

—Entonces, colega, ¿va a hacerlo? —me espetó el amigo y colega de casi cuarenta años.

—Mira, Rafa Oñate: voy a hacerlo, pero exclusivamente sobre la base de los recuerdos. Sobre la base de lo que guarda una endeble y traginada memoria de quien puede sentirse con derecho a hacerlo porque durante un Festival de la Leyenda Vallenata, cuando apenas surgía la agrupación, compartió habitación, digamos que por razones presupuestales —aunque a mí me financiaba hotel cinco estrellas El Heraldo— en el hotel Éxito de Cinco Esquinas con Rafa, Isrra, Vásquez y Ovalle… Lo haré desde las evocaciones de quien estuvo con Rafa en su casa sin pañetar cuando apenas se fortalecía el binomio musical…  Te complaceré desde los archivos mentales de quien parrandeó varias noches con todo el conjunto y los perendengues de entonces en Murillo con Cuartel, en un edificio donde ellos arrendaban un apartamento, mientras El Heraldo quedaba en ‘La calle real’, 16 calles abajo… Lo haré sobre las vivencias de quien, impajaritablemente, a finales de los setenta y comienzo de los ochenta, acompañaba a ‘El bimomio de Oro’, como lo hacía con Oñate y Rois, con Poncho Zuleta y Emilianito Zuleta, con Beto Zabaleta y Beto Villa, con Alfredo Gutiérrez y Alfredo Gutiérrez y hasta con Joe Arroyo y La verdad  (Dios lo guarde en su santo reino), Juancho Piña y la Revelación y Alí Pérez y la orquesta de Pacho Galán, otros que descansan en paz, durante sus actuaciones de fines de semana por la Costa o durante los días del Carnaval de entonces…

—No me lo cuentes a mí, ¡escríbelo! —me azuzó Rafa Oñate.

—Voy a hacerlo, colega —le riposté—, con la certeza de que la dirección colegiada del seriado —Andrés Marroquín, Unai Amuchastegui, Elkin Restrepo, Diego Romero, Camilo Villamizar y Clemencia Páramo— y los libretistas Guarnizo y Lizarralde le creerán por siempre al Festival de Cine de Cartagena-2013 y se ufanarán, por siempre, del elevado rating que logró ‘Rafael Orozco, el ídolo’ entre la teleaudiencia colombiana… Ahora lo hago, Rafa, con la convicción de que allí, hasta la ficción se falseó. Sí, se falseó, porque esa pésima invención traspasó de tal forma los límites hasta de lo inimaginable cuando, sin que se les arrugara el alma ni el corazón, para el cierre repitió ‘el despeñadero de las cabras’ creyendo simbolizar con esa locación el indescriptible, inimaginable, insondable e inexplicable lugar que es el cielo, a donde debió ir a descansar y cantar el alma de Rafa, asesinado el 11 de junio de 1992. Indescriptible, inimaginable, insondable e inexplicable para el ser humano, “pues somos limitados para comprender y describir lo ilimitado de Dios” (1a. Jn. 3,2). El cielo, un lugar o un estado, que yo lo prefiero como “…la morada de Dios, donde él tiene su trono (Salmo 11.4)…  donde también se hallan los ángeles y almas de los redimidos por el Señor (Juan 1.51)” y en cual, como “nube de algodón”, también “estarán el pájaro y la noche y el pino” de Mario Benedetti…

Bogotá D. C., junio 14 de 2013

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