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Reflexiones acerca de la muerte

«La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». — Antonio Machado.

 


Nadie quiere hablar de la muerte, parece un tema vedado en conversaciones. Equivocadamente, muchos creen que, evitando hablar de ella o ignorarla, quizás no los afectará. Esto era lo que creía mi madre cuando le abordaba el tema en mi afán de ambientarla porque era lo más seguro que sobrevendría después de padecer un cáncer de páncreas terminal. Recuerdo que, empuñaba ambas manos y con los nudillos creía «tocar madera»; cuando en realidad, el mecedor en donde descansaba era de metal.

Diariamente, observamos la muerte a nuestro alrededor, amigos, familiares, niños, jóvenes y viejos dejan este mundo. Sin embargo, para los jóvenes esa opción parece lejana porque en el ideario colectivo creemos que la muerte es cosa de viejos; de modo que, preocuparse por ella resulta inoportuno, sin importancia y hasta enfermizo. Esa concepción superficial y mezquina pierde vigencia si tenemos en cuenta que, en la actualidad vivimos cernidos de múltiples amenazas. De manera que, es muy poco lo que se necesita: un coagulo sanguíneo arterial, una simple «picada» de mosquito, una bala perdida o un ataque cardiaco para que, aquello que consideramos lejano, se haga presente.

Para los que aún tenemos el privilegio de vivir, nos resulta cómodo no recordar ni pensar que tenemos que morir, a pesar de haber vivido la muerte de amigos y personas queridas, inclusive la de uno mismo, recordemos que, el paso del tiempo, desapercibidamente nos ha proporcionado una experiencia de muerte, las cuales paradójicamente hemos vivido durante nuestro ciclo vital, es decir, nuestra vida es un sepulcro en donde yacen enterrados varios difuntos. Me explico, a mis 58 años murieron indefectiblemente mi infancia, niñez y juventud, igualmente mis años mozos. Por fortuna aún conservo mi edad varonil. Razón tenía Borges cuando dijo: «La muerte es una vida vivida…».

«La muerte no llega más que una vez, y sin embargo, se hace sentir en todos los momentos de la vida; es más penoso presentirla que sufrirla» dijo José Conrad. Es cierto, solo morimos una sola vez, el problema es que hay múltiples formas de hacerlo. Muchos están convencidos de que una muerte repentina es mejor, aunque normalmente es un deseo difícil de conseguir. Personalmente, considero que una enfermedad crónica en fase terminal nos podría ofrecer la posibilidad de compartir y perdonar.

Los avances de la ciencia nos han permitido negar subjetiva y sistemáticamente la muerte. Es decir, vivimos a la espera de que la ciencia, a través de la biología molecular, como también, de la tecnología con sus descubrimientos y avances, nos puedan alargar la vida. Aún esperamos ansiosos el viejo y anhelado sueño de la «piedra filosofal» al igual que el «elixir de la vida» para que cure nuestras enfermedades y nos devuelva la juventud.

En síntesis, la muerte es de naturaleza obligatoria, no se trata de una eventualidad que puede o no suceder. Es decir, morimos los que estamos vivos, y los que están muertos, por supuesto algún día vivieron. De modo que, «morir es tan sencillo como nacer. Es el fin de la trayectoria». Decía acertadamente, Anatole France.

«No es que tenga miedo a morirme. Es tan solo que no quiero estar allí cuando suceda». — Woody Allen.