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Quien meta un computador en un celular cambiará al mundo

Hace algunos días, en un momento productivo de ocio me puse a ver una película, inspirada en hechos reales, de una de las plataformas televisivas. El filme, cuyo nombre no recuerdo, tenía relación con el auge y la caída de los teléfonos inteligentes de la marca Blackberry y que se caracterizaron por hegemonizar el mercado de aparatos celulares por un largo período de tiempo, hasta el surgimiento de los Iphone que, con sus pantallas digitales, instalaron la última revolución en dicho mercado.

Uno de los dos protagonistas, muy nerds cada uno de ellos por lo demás, andaban buscando una empresa que apoyara su nuevo dispositivo, el que estaba inspirado en una reflexión de un profesor de la universidad que los había marcado. La frase traducida, rezaba así: “La persona que meta un computador en un teléfono celular cambiará al mundo.” Creo que todos los que nos enfrentemos a este comentario destacamos lo profético de la frase, el problema es que hay buenas y malas profecías.

Para aquellos que nos dedicamos a la educación nos ha sido mucho más evidente, algunos, dentro de los que me incluyo, pensamos que hay aspectos de su uso que han sido favorables, la facilidad de la comunicación, el poder alimentar la amistad, la familia en un mundo virtual y superar la limitación de la distancia, acceder a noticias e informaciones de manera permanente, lamentablemente con los problemas asociados al filtro, y disponer de un instrumento que nos permita levantar y socializar imágenes e información que han democratizado aún más dicho espacio.

Como profesor con más de 35 años de ejercer la pedagogía en los más diferentes niveles me inclino, en definitiva, por un saldo más negativo que positivo. Hoy tenemos jóvenes que, muchas veces sin ningún control por los adultos responsables, generan una relación de dependencia con estos instrumentos, los elevan a un nivel de ídolo ya que reemplaza todas las otras relaciones, las que tienen con los padres, con sus amigos y que decir con nosotros, sus profesores.

El desafío de la educación se eleva más allá de una adaptación de las estrategias de enseñanza para conectarnos a dicho mundo, las consecuencias en el largo plazo, muchas veces imperceptibles desde lo cotidiano, nos impiden enfrentar situaciones que desplazan atenciones, actividades, el desarrollo de habilidades que terminan siendo asumidas desde una perspectiva tecnológica que impacta de manera tremendamente negativa en aspectos relacionados con la socialización, el respeto por el otro, la importancia del otro, la convivencia nutritiva, incluso las relaciones sentimentales que mutan, por la misma imperceptibilidad, hasta desconocidas consecuencias para nosotros.

Durante muchos años se instaló el discurso en la pedagogía de que nosotros, profesores con una dilatada experiencia, debíamos migrar al mundo digital para poder atender a los “nativos digitales” en su propio contexto. La pandemia nos pegó de golpe, muchos no estábamos preparados, ni siquiera sabíamos de las consecuencias psicológicas y/o emocionales que dicha aventura nos podía traer. Para mi gusto, la más brutal de todas, es la pérdida del espacio propio, de hacer el cambio, la ruptura que la forma de trabajo tradicional te permite. Sentía que siempre estaba trabajando, que en cualquier momento me podía llegar un correo con información de parte de directivos, apoderados, colegas y alumnos que impactarían en mi “seudo tranquilidad”. No se cortaba el vínculo, fue desgastante, difícil y con tremendas consecuencias hasta hoy.

Por otro lado, nos permitió, a los migrantes digitales, darnos cuenta de que los nativos no lo eran tanto como nosotros creíamos. Se manejaban muy bien en las plataformas musicales, en los juegos en línea, en las redes sociales, pero poco o nada sabían de buscar información pertinente, utilizar las herramientas de los lenguajes digitales para bajar, seleccionar y transformar la información en conocimiento.

El desprecio de las redes sociales por el buen uso del lenguaje impactaba también y, a pesar de tener herramientas de corrección, que si bien es cierto facilitan el proceso, no podemos negar que un uso consciente de ellas nos puede ayudar a superar nuestros ripios del lenguaje. Los nativos digitales no sabían descargar un archivo, pasarlo de un formato a otro, utilizar las herramientas para elaborar un buen PPT, es decir, acciones más qué básicas, ni siquiera pedirles que supieran utilizar herramientas del lenguaje matemático de Excel.

Cada vez que sus profesores les autorizamos a utilizar el celular en las clases la supervisión debe intensificarse, la predisposición casi natural de los nativos digitales a las variadas redes sociales, a los juegos en línea y a otras plataformas de entretención superan en pocos minutos, en la mayoría de los casos, la disposición a trabajar y profundizar en torno a una idea, un concepto o un proyecto de investigación. El proceso no es sólo básico, está desprovisto de interés en la posibilidad de saber, de profundizar en el desarrollo de competencias y habilidades. El contacto con la información es superficial y funcional, cumplir con una responsabilidad, lo antes posible, sin preocupación por la calidad del producto y disponer de tiempo para volver a sumergirse en la virtualidad que entretiene.

El paisaje que se nos incorpora en los colegios no deja de ser preocupante, cada vez tenemos más grupos de niños, cercanos físicamente, pero inmersos en sus equipos celulares que, en algunos casos, producto de plataformas de entretención, comparten en el mundo virtual, perdiendo en el proceso competencias socioafectivas tan importantes para el mundo de la presencialidad.

En las salas de clases el profesor no sólo debe estar preocupado de estructurar su clase de la mejor manera posible, materializar la planificación previa, incorporando variadas estrategias, debe preocuparse que no estén conectados con  sus celulares,  poniéndose en contacto quién sabe con quién y con estrategias más eficientes para camuflar su uso o para  responder con un discurso de salvación cuando han sido sorprendidos: “profe, me estaba llamando mi mamá”;  “Es algo urgente”; “Es un compañero que me está molestando”; “Sólo quería ver la hora

Según las estadísticas de la Universitat Oberta de Catalunya, uno de cada cinco menores ha recibido solicitudes sexuales a través de internet. Las amistades digitales son, en no pocos casos, usuarios que adoptan una identidad falsa, difícil de detectar y, por una cuestión puramente estadística, aquellos que pasan más tiempo en las redes sociales son más proclives a convertirse en víctimas.

La realidad estadística no nos puede dejar indiferentes con respecto al uso cada vez más creciente de niños y adolescentes de las tecnologías digitales. La edad de acceso a ellas sigue bajando dramáticamente, a los seis años ya es común que algunos niños dispongan de su propio equipo.

Pueden levantarse voces de que la tecnología no puede separarse de la vida cotidiana, es cierto, pero como muchas cosas de la vida cotidiana requiere que establezcamos acuerdos y supervisemos su acceso y uso. La realidad nos interpela sobre nuevas y sofisticadas formas de violencia, con una mayor cantidad de niños y adolescentes expuestos y sin la debida supervisión de adultos responsables.

El teléfono celular se ha convertido en un verdadero monstruo que invade los más variados espacios, que genera nuevas adicciones, que desnaturaliza las relaciones, que ralentiza, de manera dramática, competencias para la presencialidad. Tal como reza la lógica de los bestiarios en el mundo de la literatura, los monstruos se construyen, teniendo al ser humano como la medida de todas las cosas, por simplificación o por agregación.

Un cíclope es un monstruo porque tiene un solo ojo, Argos es un gigante monstruoso de cien ojos. El celular actual es un monstruo al que le pusieron un computador, que ha mutado de ser un teléfono a ser una pantalla con múltiples aplicaciones, en que el uso original es hoy el menos relevante.

Hay muchos países que se han planteado con respecto a limitar o enajenar su uso en el espacio educativo. Como profesionales de la educación debemos interpelarnos al respecto, discutir con los especialistas de variadas áreas sobre las consecuencias que su uso en los procesos de aprendizaje y, muy especialmente, en el bienestar emocional de toda la comunidad educativa. Ya son varios los países que han hecho un diagnóstico serio y han concluido que el mundo ha cambiado, pero no para bien. Nueva Zelanda, Países Bajos, Francia, Australia y Reino Unido ya han asumido una postura al respecto.

La Unesco ha hecho importantes recomendaciones en el mismo sentido. España está en una potente discusión al respecto que, a la luz de los comentarios, llegará a las mismas conclusiones. Resguardar la salud mental de nuestros estudiantes resulta ser una estrategia prioritaria con el fin de potenciar buenas prácticas educativas. Espero que nuestra Latinoamérica no llegue, una vez más, tarde.