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Los jóvenes y la participación política

Es un discurso bastante común, para la realidad latinoamericana, el alejamiento y el desinterés que los jóvenes expresan en función de su participación política, no solo referida a la que desnaturaliza el concepto de política, es decir, aquella que se relaciona con los partidos y los cargos de elección popular (la llamada política profesional) sino que también, por las organizaciones sociales de base que demuestran también un desinterés de los jóvenes por involucrarse en el diálogo político y ciudadano que permita enfrentar las problemáticas a las que como sociedad nos vemos enfrentados.

Lo anterior está demostrado por estudios que ha realizado el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) desde su departamento de gobernabilidad democrática,que demuestran que la participación electoral en general, y muy especialmente en los jóvenes, se ha visto reducida a indicadores alarmantes que incluso han favorecido que se levanten voces (muchas veces muy poco democráticas) en contra de la legitimidad del sistema. Esta misma situación, al desagregarla por rangos de edad, demuestra indicadores aún más preocupantes para el segmento de entre los 15 y los 29 años de edad. La situación también se transfiere a las instituciones sociales de base, el rol que ejercen los jóvenes en las juntas de vecinos, los centros de alumnos, los clubes deportivos, culturales, en fin, resulta cada vez más alarmante y pone en conflicto un tema relevante, ¿de qué manera la institucionalidad vigente recoge y escucha las posiciones y reivindicaciones de los jóvenes y, por ende, los empodera como parte del diagnóstico, pero también de las posibles soluciones ante dichas problemáticas?

Para muchos (planteado desde Marx en el siglo XIX), este desinterés se encuentra a la base de un modelo que se ha impuesto en el mundo actual y que lleva a un individualismo asocial que poco colabora con la convivencia democrática y con la necesidad de abordar colectiva e inclusivamente problemáticas que nos ponen en conflicto como sociedad. La preocupación por resolver la sobrevivencia cotidiana, en donde es el mercado el que resuelve las grandes problemáticas y la economía se ha puesto a la base de todas nuestras preocupaciones, nos aleja de la visión global, de las grandes interpretaciones, de las soluciones holísticas en que los fundamentos ideológicos,históricos,  filosóficos y  hasta espirituales han perdido terreno relevante y son poco o nada de considerados a lo hora de acomodar nuestras conductas a la convivencia cotidiana. Parece que el homus economicus se ha devorado al homus político, se ha desprendido de la filosofía, la historia, la religión, en fin, ya que no resultan ser económicamente muy relevantes y, lamentablemente por esto mismo, se desvaloriza su rol en nuestra cotidianeidad.

Desde mi perspectiva el grupo de mayor son nuestros jóvenes a los que sus padres y autoridades refieren, mayoritariamente, la relevancia de los temas económicos en un sistema que, desde sus primeros años los somete a una competencia en que los intereses personales se imponen al bien común. Compiten por entrar a los colegios, compiten en pruebas estandarizadoras, compiten por entrar a la universidad, compiten por entrar a esas carreras en que los medios de comunicación y los padres se encargan de reconocer como las más lucrativas y por ende la vocación está supeditada a la generación de un estándar de vida que invisiviliza los trascendentes intereses, que supedita los valores y principios y que perpetúa una eterna competencia en que el éxito o el fracaso está definido por los bienes materiales que logras reunir durante tu vida y que, permanentemente, tiendes a comparar con aquellos otros contemporáneos y conocidos que permitan objetivar cuanto bien o mal lo has hecho en función de las propiedades y bienes que has acumulado (la sociedad del ser se subordina a la sociedad del tener)

 Si analizamos las experiencias para formar en democracia a nuestros jóvenes llevan en ciernes esta misma lógica, es decir, la de la competencia que muchas veces no repara en las soluciones globales a los problemas que se enfrentan, sino que, muy por el contrario, el logro de los objetivos individuales,  con un alto grado de menosprecio de lo que pasa con los demás, triste realidad. Instancias de debate, discusión y búsqueda de planteamientos de los jóvenes para que se hagan parte de los problemas de su comunidad, región y país, siempre terminan en eliminaciones, grupos que avanzan, primeros, segundos o terceros lugares y, el afán por ganar, por imponerse, por obtener logros personales, llevan a menospreciar la solución colectiva, creativa, inclusiva y, fundamentalmente solidaria, a la que una vida societaria debería aspirar como expresión máxima.

 Desde hace seis años que llevamos a la práctica una experiencia de formación ciudadana con jóvenes de enseñanza media que busca implementar el debate como una forma de construcción de conocimiento y de participación como herramienta de educación cívica promoviendo un espacio de diálogo institucionalizado entre alumnas y alumnos de nivel secundario. Este modelo parte de la premisa de que se aprende a ser ciudadano en la cotidianeidad y en cada uno de los espacios de interacción social. La ruta metodológica que buscamos trazar para su desarrollo pretende generar un escenario no competitivo, constructivo, inclusivo para el ejercicio de la ciudadanía con perspectiva regional y nacional. La idea es propiciar un encuentro parlamentario con el propósito principal de abrir espacios de participación para que los jóvenes dialoguen entre pares sobre temas de profunda vinculación con sus vidas y que consideren prioritarias en su formación y que tengan como ejes relevantes la realidad regional y nacional, convivencia democrática, valoración de la actividad política como una herramienta eficaz en la solución pacífica de los conflictos y la relevancia de exponer la sensibilidad de los jóvenes para humanizar nuestra sociedad.

 Este año, jóvenes de 27 liceos y colegios discutieron sobre educación sexual, convivencia escolar, el rol de las humanidades y las artes en el currículo escolar y la posición del país ante la COP 25. La actividad pone en contacto alumnos de las más diferentes realidades que pocas veces se encuentran, se validan en sus planteamientos y se reconocen en los otros, en donde se genera un espacio para que sensibilicen y se sensibilicen, superen su propia y, a veces, excluyente realidad y se comprometan, desde el apoyo y el sentimiento, con situaciones que, a lo mejor, no habían sido capaces de reconocer. Lo más enriquecedor de todo, es que la actividad encierra una mirada de logro colectivo que supera las mezquinas competencias individuales.