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La estatua de Comesaña es casi un hecho

Ya el estratega colombo-uruguayo cumplió con el objetivo que le hizo acreedor al premio gordo que ofrecía el empresario Christian Daes: sacar al Junior del letargo casi mortal de la empatitis crónica, para convertirlo en campeón del fútbol nacional.

Cuando Daes expresó la llamativa propuesta estimuladora, nadie (quizás ni él mismo) pensaba que Julio Avelino sería capaz de obtener la hazaña que logró: levantar a Lázaro de su letargo y convertirlo en un luchador vigoroso que entrara al grupo de los mejores, y a la final del deporte favorito de las mayorías nacionales.

En aquellos días en que el empresario lanzó a los cuatro vientos su propuesta, todos creímos que se trataba de una estrambótica mamadera de gallo; hasta el mismo Comesaña la tomó de esa manera, explicando que la idea de Christian era pagarle, con una broma de pésimo gusto (según él), todas las boletas que le había regalado para que fuera a ver a Junior.

Tal vez sea mezquino reducir la construcción de la estatua a un simple intercambio de favores, o a la forma comercial de expresarse el afecto mutuo. Eso no parece estar a tono con los múltiples matices de la realidad que facilitaron la recuperación anímica y futbolística del Junior.

Unas parrafadas de explicación ayudarán a comprender el contexto en el cual se produjo ese milagro. El equipo cayó en una cuasi crisis provocada por la ausencia de goles, y por una cosecha excesiva y desesperante  de empates, que indujo a acuñar la situación bajo el concepto de empatitis crónica.

Pero, más allá de la desagradable empatitis crónica, el onceno se deslizó en un hoyo negro de aletargamiento, y en una ineficacia que el sentido común asoció con una rosca interna que no le quería caminar al técnico Luis Fernando Suárez, y que los analistas menos ingenuos vieron como la consecuencia del cambio de ideas futbolísticas de un estratega a otro, o como el resultado de la falta de empatía del entrenador con sus dirigidos.

La situación se volvió tan dramática que Suárez decidió dar un paso al costado, y las directivas del club no pensaron en otro reemplazo sino en aquel personaje a quien habían convertido en una especie de Ferguson rojiblanco. En ese preciso momento es cuando emerge de la nada el ofrecimiento de la estatua.

Es normal en la cultura barranquillera hacer bromas, mamar gallo. Por eso, casi nadie se tomó en serio la propuesta del monumento a Julio Avelino. Quizás Christian Daes planteó su descabellada iniciativa (según la creencia de Comesaña) como una simple tomadura de pelo… o tal vez no.

En un intento por adivinar lo que circulaba por la mente  del empresario al momento de proponer la heroica estatua, se podría inferir un par de cosas: a) Daes quería insuflarle al técnico, y (casi por ósmosis) a todo el equipo, una especie de estímulo adicional.

Y b) a Daes le parecía prácticamente imposible que Comesaña levantara a Lázaro, es decir, que sacara al conjunto de la ineficacia en cuanto al gol, de la empatitis crónica y de la modorra en que se consumía, como consecuencia de haber perdido todo vestigio de testosterona.

Por eso hizo la propuesta extraordinaria de construirle una estatua al técnico, si este resucitaba al muerto y lo hacía campeón. Y Comesaña no solo levantó a Lázaro, copiando los pasos de Jesucristo, sino que lo ayudó a salir campeón, removiendo la mentalidad de sus dirigidos casi como los curas eficientes transforman la conciencia de sus fieles.

Christian Daes manifestó que la estatua va, y ya galopa en una campaña pública para seleccionar su forma y el lugar en que será colocada. Entre tanto, el técnico homenajeado se esconde detrás de un mutismo que nadie sabe si refleja miedo, o si es otra faceta de la incredulidad.

Comesaña es un hombre setentón y sabe, por la experiencia que lega la vida, que las estatuas de los héroes vivos son las primeras que sufren cuando las cosas no marchan bien. Quizás guarde en su memoria la manera violenta como las masas enardecidas descabezaron las estatuas panegiristas de Sadam Husein.

Tal vez por esta razón oculta él sea el principal opositor de su propio monumento heroico, aparte de que le parece exagerado que le construyan una cosa de esas por hacer lo que cree era su obligación.

Sin embargo, otra visión muy distinta tienen el señor Daes y el montón de fans, según los cuales Comesaña es una especie de nuevo salvador por haber vuelto al Junior  doble campeón seguido, a pesar de que cuando él llegó estaba al borde del ataúd.

De tal manera que la palabra empeñada del empresario local, los méritos del homenajeado y la democracia plebiscitaria que lo respalda, predeterminan que esa estatua sea casi un hecho. El problema ya no es tanto la construcción del ícono, sino el lugar donde será erigido.

Con mucho respeto por la decisión del gestor y de las masas junioristas que lo apoyan, el sur quizás no sea el mejor sitio para colocar el monumento del mencionado héroe deportivo.

Esta oposición no solo se relaciona con las altas probabilidades de vandalización (si las cosas del Junior no marchan bien), sino con el hecho de que quizás se ve un poco inadecuado construir una plazoleta medio lujosa en una zona donde lo prioritario son los parques, las escuelas, los centros de salud y las vías, por solo mencionar algunas de las necesidades de esa zona de la urbe.

Tal vez el lugar donde se situaría el homenaje al héroe vivo también deba ser sometido al escrutinio público, a la democracia plebiscitaria. Todo parece indicar que el sitio más conveniente para levantar el ícono es el Gran Malecón del río, si eso es legalmente posible.

Dicho lugar, que es el presente y el futuro de la ciudad desde el punto de vista cultural y turístico, podría albergar un museo al aire libre que contenga una estatuaria, no solo de nuestros héroes deportivos, sino de todas las personas destacadas en el arte y la ciencia, a quienes sea más que justo exaltar para la memoria colectiva.

A ese sitio de la memoria, en franco desarrollo, podría ir también la maltrecha estatua de Esthercita Forero, situada en un lugar casi deprimente y sometida al escarnio por parte de los drogadictos, alcohólicos y los demás lumpen que transitan por el lugar.

Por lo demás, ejemplos de museos-parque, donde la estatuaria y las figuras elaboradas estéticamente son lo común, hay en muchos lugares del planeta; en Colombia, el Parque Berrío, de Medellín, con las impresionantes gordas de Botero, es un ejemplo a seguir.

Parece que la mayoría opina que Julio Avelino Comesaña se merece su monumento por haber ayudado a salir campeón a un conjunto por el cual nadie daba un peso. Al señor Daes no hay que preguntarle, pues él empeñó su palabra de construirlo si se cumplía su deseo, el cual ya se cumplió, y con creces.

Si el viento sopla a favor de la idea, ¿por qué no erigir la estatua al héroe deportivo en el Gran Malecón para, de ese modo, inaugurar un gran museo del deporte, las artes y la ciencia a cielo abierto, para el goce presente y futuro de la ciudadanía?