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La derrota de lo humano

“El pequeño trozo de césped como único signo de vida en medio del imperio de la muerte acentúa tan solo el vacío sin esperanza”.

Cf. G. Agamben, Bartleby o De la contingencia, en J.L. Pardo et.al, citado por Byung-Chul-Han en La sociedad del cansancio.

 

Desde que el ser humano apareció en la faz de la Tierra su preocupación ha sido dominar la naturaleza, someterla y ponerla a su servicio.  Pero “es tarde para el hombre”, porque ha destruido, expoliado esa naturaleza y la ha transformado a su querer.

Dios creó al hombre para que luego el hombre creara a Dios con su éxito de la concepción mecánico-matemática de la naturaleza y lo insensibilizara con su generalización: Ya Leonardo quiso remplazar a los seres vivos por mecanismos. Con el auge del “yo pienso” cartesiano vinieron los autómatas y el proyecto de localizar el alma en alguna glándula.

Para Descartes, el alma estaba en la glándula pineal y los nervios tiraban de ella como un cordón de un a campanilla: el alma se enteraba de los estímulos externos como el dueño de la casa lo hacía con la llegada de visitantes. Todo el proyecto cartesiano es la expresión de una mentalidad físico-matemática. Para él, el conocimiento consiste en convertir lo oscuro y confuso en claro y distinto. El discurso del método no es mas que el tanque de guerra de los Imperios.

¿Qué es lo claro y distinto para este pensador francés despreciado por sus maestros jesuitas? Es lo cuantitativo, lo mensurable. No es extraño, pues, que al enfrentar el problema de la vida lo vuelva claro y distinto, mecanizándolo, metiendo el alma en una campanilla. En cuanto a los sentimientos y pasiones, a todo lo que no es pensamiento racional lo elimina. El hombre verdaderamente pensante podía vivir tranquilo, exento de emociones, bajo el solo impulso del intelecto. ¡Pobrecito!

“Hermoso proyecto para el hombre y la mujer de hoy. La voluntad y la libertad eran solo simples ilusiones debido a nuestra ignorancia de las infinitas cusas que rigen el movimiento del reloj universal”. Entonces mi crecimiento, mi muerte física, mi carne deteriorándose, el tiempo del reloj transformando mi cara de niño-joven en una de quelonio, mis huesos mis deseos, esperanzas, temores y emociones serían el resultado último de cierta disposición de las partículas universales: ciegas, eternas y fatales. (Sábato, E., Hombres y engranajes).

De ahí que todo el trabajo de las edades, toda devoción e inspiración, todo el brillo del genio humano será inevitablemente enterrado junto a los restos del universo en ruinas. Pero ese hombre, o mujer, individual tiene derecho a lanzar al aire las mismas preguntas que se hace el filósofo sin morada. El que prefiere el camino a la posada. El de la existencia humana al que nada de lo humano le es ajeno: ¿Tiene algún sentido la vida como la llevábamos antes del encierro obligatorio?,¿Qué significado tienen las muertes de la pandemia? ¿Somos un alma eterna o meramente un conglomerado de moléculas de sal y tierra? ¿Hay dios o no? Estos sí son problemas importantes. Todo lo demás, como bien dice Camus, es en el fondo un juego de niños: la ley de gravitación, la máquina de vapor, los satélites de Júpiter y hasta el señor Kant. ¡Al diablo con el razonamiento puro y la universalidad de sus leyes! ¿Acaso El- que- razona es un filósofo abstracto o yo mismo, transitorio y mísero individuo? ¿Qué importa que la razón pura sea universal y abstracta si El- que- razona no es un dios desprovisto de pasiones y sentimientos, sino un pobre ser que sabe que ha de morir y que de esa muerte carnal y suya no la podrá salvar Kant con todas sus categorías? ¿Qué célebre conocimiento es este que nos deja solos frente a la muerte en masas, producida por la naturaleza del coronavirus pese a la fría técnica y ciencia del mundo contemporáneo?

Solo con el contagio de una esquirla del nuevo muermo y de un estornudo absorbido en el instante del acto, sea por el más pobre del mundo, por el político más poderoso o por un príncipe, toda su solidez ha quedado desvanecida en el aire. El capitalismo ha engendrado a un ser humano sin finalidad, cuyo salvaje crecimiento es su oculto dios. Ha engendrado una humanidad perdida.

Los acontecimientos producidos por el Covi-19 han sacudido el planeta Tierra, es decir, al hombre moderno. Y ahora, con tantos muertos regados por todas partes, los dueños del mundo que se creían invencibles están arrodillados otorgando dinero por doquier para salvar al humano; a los olvidados, a los pobres del mundo, a los excluidos y a ellos mismos. Es decir, los tocó lo no humano; ya no es posible excluirlos sin que nos tiemble el pulso. El pensamiento se confronta con su antropocentrismo.

Las abejas y los arquitectos son importantes porque para Marx, en la línea de Kant, hay un decididor que hace que las cosas sean reales. Para Marx, el Decididor son las relaciones económicas humanas. Pero a las relaciones ecológicas subtienden las relaciones humanas de todo tipo y las relaciones ecológicas se extienden más allá de ellas en toda la biosfera. Humanos… No se trata sólo de que se puede ser solidario con los no humanos. Es que la solidaridad implica a los humanos; la solidaridad requiere de los no humanos. La solidaridad es solidaridad con los no humanos; es decir, la naturaleza. (Timothy Morton, Humanidad (2019)