Share:

Costeños y costeñas, raza singular, ¡ajá!

Hombres y mujeres costeños tienen mucho en común y puede ser que, por esa manera particular de comportarse, de decir las cosas con cuanto dicho conocen o palabras que inventan, logran convencer al más incrédulo con su encanto y sello natural. Para la muestra aquí les dejo varias perlitas:

La forma de hablar, por varias razones: Hablan ‘gritao’ y parece que estuvieran peleando todo el tiempo. Es común saber dónde hay un grupo de costeños por la bulla que hacen; la familiaridad, un costeño habla con otro costeño, un ratico, y de una se saben la vida y obra de ambos, y no solo eso, tienen amigos en común y sin agüero, se hacen llaves e intercambian números en un ‘¡pri, prá!’.

La forma de caminar: Como dice el Joe Arroyo en su canción: ‘Como se menea la flor de patilla, así se menea la mujer de Barranquilla´… y la de Cartagena, de Santa Marta, de Valledupar, de Montería, de Sincelejo, de Riohacha y de San Andrés. Y el costeño también, camina con una sabrosura, ‘aguaje’ y ‘tumbao’, como si los zapatos tuvieran rueditas.

La forma de bailar. El baile es otro de los puntos en común. El 99,9% de las historias de amor de un costeño, nacen o en unos carnavales, o en unas corralejas, o en un festival vallenato, o en una verbena, o en una fiesta patronal o en una fiesta del mar. Donde hay un bembé ahí se forma el amorío.

¿Lo ponen en duda?, miren el caso del viejo José que conoció a Tere en una verbena. Apenas sonó el ‘picó´, hubo un cruce de miradas flechadoras y ´brillaron hebilla´ en una baldosa. Los cogió la noche y entre frías van y frías vienen, amanecieron entrepiernaos y siguieron la gozadera.

Cuantos romances comienzan así, en una gozadera o una guachafita, como los carnavales en Barranquilla, por eso cuando nace el pelao, generalmente, en noviembre, ya grande, le toca aguantar la vaciladera porque es un auténtico ‘polvo carnavalero’.

¡Iguales, pero diferentes!

¿Pero, son diferentes?, ¡añoñi! A pesar de la modernidad, el hombre costeño, sigue siendo machista y quiere que su esposa se quede en la casa cuidando a los pelaos y pendiente de todo; en cambio, la mujer costeña quiere ser independiente, profesional y emprendedora, y  al mismo tiempo madre y esposa sin perder su esencia, su libertad y autonomía.

El costeño quiere una mujer bonita de mostrar y sacar pecho, pero que nadie se la mire, ni menos se la toque; la mujer costeña se arregla para mostrarse para ella misma y proyectar confianza y seguridad.

El hombre costeño quiere una mujer con iniciativa en todos los aspectos: económico, social y hasta el sexual pero, en general, la transición de novia a esposa, muchas veces es dura; y las mujeres costeñas, ya no se reconocen y no se sienten dueñas de su vida, son la esposa de…; la mamá de…; la hija de…; y un largo etcétera.

Y sí, lo que pasa en la Costa Caribe te sorprende, es porque muchas veces es tan mágico, como el mismo Macondo, tal como lo describe Gabo en sus obras. Por eso aquí la alegría se come con coco y anís; los pelaitos aprenden primero a bailar que caminar; el 7 de diciembre es el comienzo de una larga lista de fiestas que rematan hasta el año siguiente.

Ah, y si proyectan una imagen de frescura es por ser relajados al máximo nivel;  es que no se tomen las cosas en serio, sino que le  gusta mamarle gallo a la vida, a todo aquel que dé papaya, porque ¡ajá!; tú verás, porque no sé qué y tal, normal, todo sano  ¿Me entiendes Méndez?

Más en sinrecato.com